La “elección” más grande de México (I)

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Terminó el escándalo del mercado electoral y, para vendedores y compradores, llegó la hora de sacar las cuentas. Para el pueblo trabajador, en cambio, queda la tarea de analizar y explicar lo que está sucediendo en el ámbito político más allá de los simples números en las urnas. Desde esta columna sugerimos algunas líneas de reflexión con el fin de avanzar en esa tarea.

La elección en los estados

Los resultados estatales muestran que los partidos que formaron la alianza “Va por México” (PAN-PRI-PRD) carecen de cuadros, estructura y programa, pero sobre todo de las bases que, de una u otra manera, podían movilizar hasta hace apenas unos años. Esto se debe, en parte, a que sus dirigentes han convertido estos partidos en un negocio familiar y personal, abandonaron cualquier rasgo identitario –la alianza, en sí misma, es la más clara expresión del pragmatismo y la promiscuidad ideológica–, son incapaces de formar políticamente a sus propios cuadros y, por último, los mecanismos que movían la clientela y el control corporativo están desgastados y, en muchos casos, fueron desmontados para ponerlos al servicio de otro partido o movimiento, donde produjeron más ganancias electorales.

Aunado a esto, la violencia, la ineficiencia y la persistente corrupción en el ejercicio del gobierno también han servido de catalizadores para que una parte de la opinión pública vea en Morena la única y, en muchos casos, la última opción política, preferible a las escandalosas gestiones de panistas, priistas y perredistas por igual.

Muestra de ello son los resultados de las gubernaturas. De los estados donde Morena consiguió el triunfo, el PRI gobernaba Sonora, Sinaloa, Zacatecas, Colima, Tlaxcala, Guerrero y Campeche; el PAN, Nayarit y Baja California Sur; y el PRD, Michoacán (cabe señalar que el PRI también perdió San Luis Potosí frente a la coalición PT-PVEM). En Chihuahua y Querétaro, donde el PAN mantuvo los rasgos esenciales de su identidad derechista, nada cambió. De igual modo, Morena mantuvo el control de Baja California. En Nuevo León, por otra parte, triunfó el máximo representante de la vanidad, el clasismo y la estupidez, Samuel García, hijo pródigo de la burguesía que domina a sus anchas el noreste del país desde los años 40 del siglo XX.

No hablamos de los perfiles de los y las gobernadoras electas porque, dada su trayectoria política, es una pérdida de tiempo. Basta señalar que casi todas y todos provienen del PRI y el PRD, sólo unos poquitos son cuadros propios de Morena y otros alcanzaron su puesto gracias a la alcurnia caciquil de sus parientes, como los Monreal y los Salgado Macedonio. Las fronteras ideológicas en el mercado electoral son sumamente porosas, y ni siquiera puede decirse que este ilustre grupo de nuevos ricos, digo, gobernadores, pueda ser caracterizado por su lealtad a López Obrador.

Además de esta mayoría de gubernaturas, Morena obtuvo el control de 19 congresos locales. Caso paradigmático es el de Tamaulipas, gobernado por el panista mafioso y represor de obreros Francisco Javier Cabeza de Vaca. El gobierno federal y su partido han dicho muchas cosas contra este panista corrupto, han pronunciado muchos discursos, pero en los hechos no han podido tocarle ni un pelo.

Cabeza de Vaca está libre y en funciones. El crimen organizado, la corrupción y las maquiladoras –esas empresas que, junto al turismo, la agroindustria y la minería, marcan el “progreso” y el “desarrollo” capitalista en México, y que esperan con ansia la construcción del Tren Maya, el Transístmico y el Proyecto Integral Morelos para controlar por completo el sur del país– siguen dominando Tamaulipas. Pero eso no importa. Lo importante, al menos para el presidente y sus seguidores, es que el discurso anticorrupción le permitió ganar a Morena más diputados locales y federales en dicho estado.

Los saldos de la guerra contra las trabajadoras y los trabajadores

La elección de las y los diputados

Un elemento que no se puede perder de vista son los cambios en la composición de la Cámara de Diputados. No vamos a decir aquí quién ganó y quién perdió. Para eso están los defensores de uno y otro bando. Lo que nos interesa señalar es que la fracción parlamentaria de Morena, que hasta hoy se bastaba sola para legislar, ahora depende de sus alianzas con el Partido del Trabajo y el Partido Verde si pretende mantener su programa de reformas. En pocas palabras, Morena mantiene la mayoría, pero se encuentra en una posición precaria.

El PVEM, que hasta hace tres años era un “pequeño” negocio familiar que orbitaba alrededor del PRI, hoy tiene la posibilidad de inclinar la balanza parlamentaria hacia uno u otro lado. Lo mismo sucede con el PT. ¿Qué harán los verdes y los petistas en el Congreso? No podemos saberlo con certeza. Pero hay algunas cuestiones evidentes.

Nadie, ni el más fanático de los seguidores de López Obrador, puede sostener que el Partido Verde es una fuerza de “izquierda” y, por lo tanto, que su lealtad a Morena –asumiendo que Morena llegara a presentar alguna iniciativa de “izquierda” en el Congreso–, esté asegurada. La trayectoria del PVEM encarna la historia del oportunismo, la corrupción y el pragmatismo más descarados. Aun así, Morena ha decidido tenerlos de aliados y, en su afán de votos, les ha permitido crecer hasta el punto que hoy depende de ellos. Esa alianza es, literalmente, un “balazo en el pie” para Morena, al menos, en términos de la política menuda, cotidiana, que predomina en los pasillos de San Lázaro.

Con el PT es otra cosa. El partido tiene los mismos rasgos oportunistas y pragmáticos que el Verde, pero intenta presentarse como una organización que surgió y se mantiene en la “izquierda”. Más allá de eso, el PT depende por completo de su alianza con Morena. A pesar de ello, no se puede obviar que el PT en alianza con el Verde postuló a la gubernatura de San Luis Potosí a Ricardo “El Pollo” Gallardo, quien arrastra un pesado costal de acusaciones de enriquecimiento ilícito y corrupción, a tal grado que está en la mira de la omnipresente, pero impotente, Unidad de Inteligencia Financiera.

En resumen, Morena, como partido, está obligado a mantener su “coalición” con el Verde y el PT para conservar la mayoría de la Cámara de Diputados. En este sentido, es totalmente previsible que haga toda clase de concesiones y posiciones políticas a nivel local a cambio de votos en puntos clave para López Obrador, como el presupuesto. A la precaria posición de Morena en la Cámara de Diputados como resultado de sus alianzas, se suma el crecimiento de la “oposición” conformada por las fracciones parlamentarias de la coalición PAN-PRI-PRD y, con toda seguridad, Movimiento Ciudadano, aunque este último también está dispuesto a negociar lo que haya que negociar para obtener lo que sea necesario obtener.

En este sentido, si bien es cierto que la alianza PAN-PRI-PRD no logró obtener la mayoría que buscaba, sí logró equilibrar la correlación de fuerzas en San Lázaro. Los nuevos espacios conquistados por estos representantes de los sectores no hegemónicos de las clases dominantes los ponen en una posición de fuerza que utilizarán, principalmente, para desplegar una intensa labor de agitación y propaganda en contra del gobierno federal y, particularmente, contra López Obrador, con miras no a destituirlo en los siguientes tres años, sino a recuperar la presidencia en 2024. Campañas “de miedo” y slogans sobre los “peligros” van incluidos y serán constantes, por supuesto.

La nueva situación en el Congreso, caracterizada por la precaria mayoría de Morena y el repunte de la “oposición”, a pesar del fiasco electoral en los estados, coloca a la burguesía como clase en condiciones para exigir plenas garantías que aseguren la buena marcha de sus negocios y el mantenimiento de los principales rasgos del Estado mexicano. Ese es el trasfondo de la reunión que sostuvo el Consejo Mexicano de Negocios con López Obrador el 10 de junio pasado.

Que nadie se llame a engaño. Esto no quiere decir que Morena y su gobierno no representen a la burguesía. Lo que quiere decir es que ahora todos los burgueses, incluidos los X González, quienes habían sido desplazados del proyecto de la autodenominada “4T”, reclaman su lugar en la marcha triunfal e imparable del tren del “progreso”, el despojo y la explotación. Lo que quiere decir es que, en la guerra contra los de abajo, no están dispuestos a conceder nada, ni siquiera aquello que aparentemente signifique un respiro.

Queda por analizar lo que sucedió en la Ciudad de México, pero eso será motivo de otro artículo.