Número 28, Año 5, octubre – noviembre, 2018
Hace algunos días nos sacudió la noticia sobre la existencia de morgues errantes en nuestro país. Para justificar dicen las autoridades que, debido al incremento de los índices de violencia, las instalaciones de los servicios forenses de varios estados se han visto “obligadas” a recurrir a la compra o arrendamiento de contenedores refrigerados para conservar los cuerpos que no han sido reclamados, pues debido a la nueva legislación estos no pueden ser cremados como anteriormente lo hacían.
Lo dicen así, sin espanto, como si fuera la consecuencia lógica de un acontecimiento normal: si crece la violencia, crece el número de muertos en las morgues. Parece que para ellos el hecho se reduce a un problema de números, números que, desafortunadamente, significan más trabajo para ellos y en el peor de los casos, como cuando se equivocan al cambiar de lugar a los números o al pasearlos por una o varias ciudades, son números que pueden costarles el puesto.
Aunque a veces, ni el puesto está en riesgo. Pueden cometer terribles errores o faltar el respeto a las víctimas de manera gravísima y no pasa nada, como ejemplo el caso del Comisionado Nacional para la Búsqueda de Personas, cuando hizo públicas unas fotos que parecieran un día de campo, en los terrenos donde se encuentra una de las fosas clandestinas en Veracruz.
¿Qué clase de persona puede ser tan insensible, tan indiferente, frente a la pesadilla que vive el país? ¿Acaso nosotros podemos dar vuelta a la página y seguir como si nada? Difícilmente podremos ser indiferentes ante estas situaciones porque nosotros, la gente común, somos quienes estamos en riesgo de hacer esos números más grandes y porque esos, que para los funcionarios son números que pueden guardarse embolsados y amontonados, son para nosotros cuerpos, restos humanos, la materia que resta de quien alguna vez tuvo vida; lo único que queda de un padre, de una hija, del hermano de alguien más y son también la representación del horror que viven esos familiares que los buscan, que los anhelan vivos aún. Otras gentes tan comunes como nosotros y con quienes de una manera u otra compartimos esta pesadilla.
A veces, también la violencia alcanza a la gente rica y a los poderosos pero, seamos realistas, no son ellos quienes ponen la mayoría de los muertos. Además, a diferencia del común, tienen la paz de ser encontrados porque a ellos sí los buscan las autoridades; no se pierden como cuerpos desconocidos en el montón y sus familias tienen la posibilidad de tener un duelo y brindar honores a quien alguna vez fue amado, de recomponerse y seguir adelante con sus vidas, de tomarse un tiempo, de dejar el trabajo, de pagar una buena terapia que les permita enfrentarse a la pérdida con mejores herramientas. La mayoría no tenemos esas posibilidades.
Contrario a lo que las autoridades afirman de que son los familiares quienes no se acercan a las instancias para reclamar los cuerpos, muchas organizaciones civiles han demostrado que muchos de los cuerpos que se encuentran en las morgues no han sido debidamente registrados, que se han cometido faltas en los procedimientos para conservarlos y hacer sencilla su identificación, que no se trabaja con bases de datos confiables, que no existe un sistema para facilitar el acceso a la información desde otros estados. Peor aún, que de los cuerpos que anteriormente fueron incinerados o enviados a fosa común tampoco se guardaron los procedimientos básicos ni se realizaron pruebas de ADN que permitiera a sus familiares saber qué fue de ellos.
También se ha demostrado que el trabajo de inhumaciones que se está haciendo en las fosas clandestinas es bastante deficiente y los procedimientos para dar a conocer los resultados carecen de sensibilidad alguna con los afectados. Por mencionar un ejemplo después de dos años sólo se ha identificado el 9.4% de los restos hallados en las fosas de Arbolillo y Colinas de Santa Fe en Veracruz.
Los funcionarios normales que hacen su trabajo normal (las autoridades de los servicios forenses, los de búsqueda de desaparecidos, Procuradurías de Justicia, CISEN, etc.) cumplen con su función de contener las fuerzas que puede desatar la pesadilla y buscan convencernos de que el problema no es generalizado, que no hay necesidad de preocuparnos, ni hay por qué hacer nuestro el sentimiento de lo que le pasa a otros, que esto sólo pasa en los lugares donde hay fuertes vínculos con la delincuencia organizada, que algo tenían que ver o que desafortunadamente llegaron al lugar equivocado en el momento equivocado o que de alguna manera u otra lo merecían y que no es que a todos pueda pasarnos porque las autoridades están luchando contra la inseguridad.
Pero la verdad es otra y a cualquiera nos puede pasar, porque simplemente no les importamos y han dejado todas las condiciones para que la muerte deambule libre en el país, porque para ellos somos desechables. En un descuido o con mala suerte, cualquiera puede estar de un día para el otro refrigerado en alguno de esos trailers de la muerte, perdido en una morgue lejos de casa, embolsado a la orilla de una carretera o sembrado en un terreno baldío.
¿No nos cree? Acá van algunos datos para la reflexión:
• 2018 ha sido el año más violento del que haya registro; tan sólo en el primer semestre se cometieron 15 mil 793 asesinatos; significa que cada día fueron asesinadas más de 88 personas en nuestro país.
• En nuestro país el índice de impunidad por homicidios alcanza el 97%, lo que significa que cualquiera puede asesinar sin meditarse mucho las consecuencias del acto.
• El índice de homicidios se mantiene en ascenso constante, en los últimos tres años aumentó un 74%, lo que quiere decir que cada vez se asesina más y por más causas
• La secretaría de Gobernación ha admitido la existencia de 855 fosas clandestinas sin embargo Alejandro Encinas, como parte del gobierno que asumirá, dice contar con datos para asegurar que pueden ser más de mil 150 en todo el país.
• En las fosas clandestinas se ha encontrado ropa, cuerpos, fragmentos y restos óseos de hombres, mujeres, niños y bebés.
• En muchas de las fosas halladas no se encuentran las evidencias del homicidio; los cuerpos han sido trasladados hasta allí después de haber sido asesinados en otros sitios, incluso muchos de ellos se encuentran embolsados.
• Según organizaciones civiles la cifra de desaparecidos en el país supera los 30 mil.
Comprender que la violencia que se vive en el país no se restringe a unos cuantos es una de las claves para hacer frente a la pesadilla, asumirnos como parte del común que estamos expuestos ante ella también es importante, pero quizá sea más importante aún poder hacer nuestro el dolor y la rabia de los agraviados. Hacerlo nuestro para acompañarlos pero también para poder tomar de allí la fuerza para cambiarlo, para asumir que la solución no vendrá desde arriba por más que los gobiernos cambien, para avanzar en la unidad de los oprimidos, de los que tenemos que sufrir este cuento de horror para garantizarnos la fuerza que nos permita cambiar al sistema que nos arroja a la miseria y a la violencia y que nos condena a ser simples cuerpos desechables.