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Marxismo, organización, ciencia, capitalismo, militancia.
La ciencia es una manera de entendernos como sociedad y en relación con La naturaLeza. Como marxistas, al analizar la ciencia, reconocemos que tiene un carácter dual, epistemológico y sociohistórico. presenta, por un lado, elementos metodológicos y teóricos fundamentaLes para entender y transformar nuestra interacción con el mundo, pero por otro lado es producto de La actividad humana y por lo tanto expresa las condiciones sociales y productivas de un momento histórico dado (Levins, 1996). Concretamente, la ciencia actual, al estar inmersa en el modo de producción capitaLista, se retroalimenta constantemente con el mismo. bajo este enfoque podemos entonces entender y criticar las diferentes críticas que se han hecho a la ciencia y exponer la utiLidad práctica que tiene el conocimiento científico para y desde la militancia.
I.El carácter dual de la ciencia y sus implicaciones epistemológicas y prácticas
a) El conocimiento científico como producto de la división social del trabajo
El conocimiento científico se basa en la experiencia y en la reflexión sobre esa experiencia. Sin embargo, contrariamente a otros conocimientos generados desde la práctica y releexión de una actividad, como cuando un campesino va aprendiendo cuándo y cómo sembrar la tierra a través de los años de estar sembrando, el objetivo mismo de la ciencia es generar conocimiento. Esto no implica que una cientifica no genere conocimiento sobre su misma práctica de hacer investigación, sólo que el objetivo de su práctica es en sí, generar conocimiento. Por ello, sólo es posible en un momento histórico en donde recursos, personas e instituciones son organizadas para experimentar e investigar sobre el mundo. La ciencia es entonces inherentemente social y expresa las condiciones históricas, geográficas y productivas de la sociedad en la que se desarrolla. La percepción común del científico como un individuo o grupo de individuos aislados de la sociedad es, no solo totalmente falsa sino que además enajena a los científicos de su consciencia y realidad social. Es decir, no es que los individuos no puedan trabajar aislados, sino que este aislamiento sólo es posible gracias a la sociedad[1]. Esto es especialmente cierto en ciencia ya si bien es cierto que existen grandes personajes que tienen una capacidad especial para cambiar el rumbo del desarrollo científico, también es cierto que son producto de su época y que, además, no podrían desarrollar su investigación sin todo el trabajo previo de miles de personas que hicieron experimentos y observaciones cruciales. No es casualidad que los grandes descubrimientos en ciencia suelan coincidir con épocas de desarrollo productivo y cultural como el caso de los y las grandes pensadoras del siglo XIX o del apogeo de la ciencia en la España musulmana.
La división social del trabajo ha hecho que la ciencia tenga ventajas y desventajas para el desarrollo del conocimiento. Por un lado, ha permitido a sus practicantes construir a lo largo de la historia una serie de métodos esenciales para la investigación tales como la observación, la experimentación, la clasificación o la interpretación lógico-deductiva pero también prácticas como la comunicación de resultados o la generación y el rechazo de hipótesis y teorías. Dichos métodos no son fijos, están en constante desarrollo. Por ejemplo, hoy en día el estudio de los sistemas complejos pone en duda el determinismo laplaciano de finales del siglo XVIII. Además, como dice Bernal, cualquiera que haya hecho investigación experimental sabe que no se siguen a la línea y que a veces, hasta después de descubrir algo nuevo uno tiene que hacer el camino de regreso para saber cómo llegó ahí (J.D. Bernal, 1981)[2]. No obstante, al buscar una reproducibilidad metodológica y validar constantemente sus avances, la ciencia ha ayudado a combatir el fanatismo, la charlatanería o simplemente a rechazar hipótesis científicas anteriores. Muchas de las teorías cientícas del siglo pasado como la existencia del éter lumínico para explicar la propagación de la luz en el vacío, son obsoletas hoy en día. Finalmente, dichos métodos han fomentado que la ciencia tenga una naturaleza acumulativa. Si bien hay grandes revoluciones científicas que cambian completamente nuestras interpretaciones, se basan en observaciones sistemáticas que se han ido acumulando a lo largo de los años.
Por otra parte, al ser producto de la división social del trabajo, los mismos métodos pueden presentar límites conceptuales. Al hacerse desde institutos separados de la sociedad y con condiciones controladas pueden no tomar en cuenta variables que cambian toda la interpretación en la realidad. Un ejemplo conocido es el desarrollo de variedades híbridas de maíz en donde se controlan las variables ambientales, fisiológicas y sociales. Dadas estas condiciones, se asume que una variedad es más productiva que otra. No obstante, en el campo los climas son variables y las semillas se intercambian, se diversifican y entrecruzan bajando la productividad[3]. En este sentido, el conocimiento científico debe complementarse con otros conocimientos igualmente empíricos producidos desde la práctica.
b) La ciencia como herramienta transformadora
La práctica y la metodología científicas influyen en la historia a través de la transformación radical de la realidad material y de los medios de producción pero también a través del impacto en la ideología y las interpretaciones de cada época. El impacto material de los resultados científicos, unidos al desarrollo de la técnica, es rastreable y cuantificable. En 1856 Henry Bessemer dio a conocer sus “altos hornos” con los cuales abarató la producción de acero. En estos hornos introducía una corriente de aire continua que elimina de manera precisa el exceso de carbono en el hierro fundido produciendo acero de alta calidad [4]. Pocos años después se construyeron grandes fábricas, barcos y puentes colgantes modificando las relaciones internacionales y las capacidad productiva de las sociedades. En general cuando uno describe las épocas en la historia a través de denominaciones como la edad de piedra, del bronce o del acero, hace referencia al momento en donde se desarrolló la técnica y la ciencia suficiente para dominar o producir ese material (J.D. Bernal, 1981). Por otro lado, las ideas científicas, una vez popularizadas, modifican el acervo común del pensamiento y construyen, conjuntamente al cambio en las relaciones económicas, nuevas ideologías. La selección natural de Darwin, logró colocar a los seres humanos como parte de otras especies en constante cambio, pero promovió posteriormente “la explotación despiadada y la sujeción racial, bajo la bandera de la supervivencia del más apto”(J.D. Bernal, 1981). El origen químico de la vida descrito por Oparin (1955) y la descripción de la historia del universo, nos hizo entender nuestro desarrollo más lejano y la brevedad de la vida en la tierra, pero llevó también a un relativismo extremo de la importancia de la práctica humana.

La capacidad transformadora de la ciencia modifica entonces el desarrollo y la organización de las sociedades y es modificada por las mismas. Esta dualidad de la ciencia solo se ve al analizarla ya que ambos aspectos se manifiestan en sí como una totalidad indisociable. Ahora bien, en sociedades con clases sociales, la práctica científica sigue en general las direcciones dictadas por las clases en el poder. En los primeros tiempos, la ciencia era una actividad realizada por clases acomodadas con tiempo libre o bajo el financiamiento de grandes mecenas que buscaban desarrollar la técnica de la guerra o de la producción (J.D. Bernal, 1981). En el sistema capitalista, la ciencia tomó direcciones nuevas propias del sistema de producción.
II. La ciencia en el capitalismo
a) El papel de la ciencia en la producción el papel de la producción en la ciencia

Como explican Engels y Marx en el Manifiesto comunista, la clase dominante en el capitalismo, la burguesía, es la única clase que debe revolucionar constantemente las fuerzas de producción para mantenerse (Engels, F., & Marx, K., 2004). Para ello la ciencia ha sido un factor clave. De manera general, los resultados científicos permiten mejorar las fuerzas de producción, como en el caso del acero, lo que abarata los costos en relación a otros productores generando una ganancia adicional temporal (o lo que se conoce como plusvalía extraordinaria) (Marx, C., 1966) . Después de un tiempo, la mejora tecnológica se generaliza, desaparece la ganancia adicional y debe volver a revolucionarse la fuerza productiva. Así, desde el siglo XVI, la implementación tecnológica de la ciencia permitió el desarrollo capitalista y a finales del siglo XVIII con la revolución científico-tecnológica nació el capitalismo industrial. Además, abaratar algunas ramas industriales permite abaratar el costo de la fuerza de trabajo del obrero en cada ciclo de producción y aumenta la ganancia de los dueños. Finalmente, la tecnificación y la maquinización ha hecho que algunos obreros y obreras pasen a ser apéndices de las máquinas y conozcan sólo una parte del proceso de producción, lo que limita su poder político. Un obrero que sólo sabe revisar si una etiqueta está bien puesta o no, es fácilmente reemplazable y si no puede ejercer mucha presión para exigir derechos laborales.
El papel de la producción en el desarrollo de la ciencia no es menor. Las investigaciones científicas siguen la necesidad de desarrollo de las fuerzas de producción e impulsan las mismas. Las grandes revoluciones en física y mecánica responden al estudio de la balística para la guerra, el desarrollo de la química a la necesidad de fertilización de los suelos y la biología molecular actual responde a la necesidad de hacer variedades homogéneas y que se puedan refrigerar por grandes cadenas de minoristas como Walmart (Kloppenburg, J. R., 2005). Finalizando el siglo XIX la ciencia empezó a volverse parte del mismo proceso productivo y de inversión. Hoy en día, las empresas dedican un porcentaje de su ganancia en investigación y desarrollo tecnológico, al igual que en la compra de máquinas, de abogados o de conciencias. La industria privada, por ejemplo, financia fuertemente el desarrollo de plaguicidas y variedades resistentes de cultivos y no da dinero para investigaciones más integrales sobre el funcionamiento de los agroecosistemas. Se financia lo que en última instancia se puede mercantilizar (Levins, R., 2015). De este modo, la producción científica entra en la misma lógica de acumulación y lucro. Pasamos entonces de un conocimiento científico que era aprovechado por las clases dominantes, a una ciencia como “propiedad capitalista en el mero centro de la producción” (Braverman, H., 1974).
b) La influencia del capitalismo en la misma práctica científica
La práctica del científico no responde sólo a sus motivos individuales, ni a un abstracto interés sobre la sociedad, sino a los intereses que dominan la sociedad capitalista en el conflicto de clases. La forma concreta en la que este conflicto se expresa puede buscarse en los científicos, en las instituciones, en el financiamiento, en el método seguido o en los objetos de estudio, entre otros. El proceso de organización y producción científico-tecnológico atraviesa dos grandes niveles relacionados entre sí. A nivel global operan las determinaciones y relaciones del sistema capitalista mundial, la división internacional del trabajo, la regulación del Estado y otros actores sociales y políticos. Se generan polos centralizados de producción científica que desarrollan la tecnología de punta y centros de investigación periféricos que, aunque con cierto grado de autonomía, desarrollan innovaciones tecnológicas subsidiarias o de carácter secundario. La investigación básica, no mercantilizable, es desarrollada por las universidades públicas y la investigación dirigida al desarrollo suele hacerse desde centros de investigación privados (Levins, R., 2015). Grandes científicas y científicos son formados en las periferias (América Latina o el sureste Asiático) y, en muchos casos, son cooptadas por posgrados europeos o estadounidenses en donde desarrollan innovaciones y patentes para la industria transnacional.

Otro nivel, intrínseco, de relaciones y mecanismos propios de la actividad humana, se desarrolla en los centros de investigación de la universidad, donde están los actores, la infraestructura, las líneas y los proyectos de la práctica científica. La división social en clases se reproduce en estos espacios. Aquí, los jefes de laboratorio provienen en general de la pequeña burguesía, dirigen las líneas de investigación y suelen responder directamente a los intereses de los inversionistas en ciencia. Desde esta clase hay actores que cuestionan los mismos financiamientos y las líneas de investigación, pero no representan la tendencia general. Además, la privatización de los resultados de la ciencia rinde ganancias al capital como una suerte de renta tecnológica derivada del derecho de uso de las patentes o del contenido de las casas editoriales. Finalmente, al ser derivada de la actividad humana, la ciencia que tenemos hoy en día es producto de las revoluciones burguesas y, como tal, refleja muchos de sus intereses y visiones sobre el mundo. Ideas como el individualismo, el rational choice, el pragmatismo o el reduccionismo son ejemplo de ello. En ese sentido, erige mitos y justifica relaciones de dominación y de explotación.[5]
La práctica científica, clasista, se volvió nodal en la búsqueda del incremento de la ganancia, de la transformación y destrucción de la naturaleza y del aumento de la explotación. El abismo ecológico y social en el que nos encontramos hoy en día es resultado, entre otras cosas, de la aplicación de los resultados y de prácticas científicas por una clase social dominante en un conflicto constante contra el resto de la sociedad y de la naturaleza. En este sentido es fundamental tener presente que la ciencia es un “documento de cultura y a la vez un documento de barbarie” (Benjamin, W., 2001).
III. Crítica a la crítica de la ciencia capitalista
a) Crítica a la crítica de los cientí cos liberales
Algunos grupos de científicos critican la cooptación de la ciencia por el capital y defienden una ciencia “neutra” y libre de intereses. Quieren recuperar el carácter liberador e innovador de la ciencia y que la sociedad se beneficie por arte de magia. Desde una visión individualista prefieren aportar a la sociedad únicamente desde su práctica. Rara vez se organizan y si lo hacen, como los grupos de “Marcha por la Ciencia”, es para defender un concepto abstracto de ciencia y no por defender derechos laborales propios y menos ajenos.

La buscada “neutralidad” de la ciencia y el afán por “liberarla de los intereses económicos”, sean de cualquier índole, se basa en una concepción idealista que olvida que la ciencia es un producto social, en este caso de una sociedad dividida en clases, por lo que necesariamente es un campo de batalla del conflicto de éstas. No asumen que la ciencia tiene un componente histórico en tanto expresión de la práctica humana, con intereses y contradicciones. En algunos casos este primer grupo puede aceptar el carácter social de la ciencia y por ello reclama que la ciencia sirva a los intereses “sociales” y no de un “grupo”. Sin embargo, aquí el idealismo con el que se concibe a la ciencia, ahora se traslada al idealismo con el que se concibe a la sociedad: como un ente abstracto y no en su concreción. Desde esta posición los supuestos intereses sociales terminan ocultando los intereses de gremio o de clase.
b) Crítica a la crítica de los idealistas o posmodernos
Desde otra perspectiva, que denominamos de manera amplia como posmodernista, se niega toda posibilidad de conocimiento objetivo. No podemos conocer el objeto sino sólo las representaciones o discursos sobre el objeto, mismas que serían subjetivas y por lo tanto no serían objetivas. Desde esta visión, no existen patrones ni leyes en el mundo y todo depende de la construcción social que hagan los observadores. Personas como Deepak Chopra usan conceptos taquilleros como el Caos, para decir que “todo en el mundo es impredecible” cuando realmente el caos se refiere únicamente a un fenómeno matemático de algunos sistemas no lineales (Levins, R., 1996). En todo caso, niegan que la transformación posibilitada por la ciencia esté basada en un “conocimiento objetivo” y al ser puramente subjetiva, la equiparan a otros modos de entendimiento. Así, cualquier acercamiento al conocimiento produce únicamente opiniones igualmente válidas.

Nuestra crítica a estas perspectivas no está en el hecho que reconozcan el papel del sujeto en la relación con la naturaleza y en el estudio de la misma, sino en la medida que niegan la posibilidad y la necesidad de conocer a los objetos al mismo tiempo. Como lo explica Lukács, la vida social humana se basa en un metabolismo constante con el mundo que la rodea. Tal “intercambio metabólico de materia no se podría lograr, ni siquiera en el nivel más primitivo, sin poseer un cierto grado de conocimiento objetivamente correcto sobre los procesos de la naturaleza” (Lukács, G., 1974, 2003)[6]. Así pues, desde la perspectiva marxista pensamos que se debe reconocer el carácter objetivo y subjetivo de la ciencia en su relación práctica (Marx, C., 1845). Objetivo en tanto es el estudio de objetos que existen y poseen características, formas de ser y regularidades propias como el orden invariante de los colores de los arcoiris; subjetivo en tanto que el conocimiento y la comprensión de las características de los objetos se obtiene mediante la práctica del sujeto social. En el proceso de la práctica dichas “regularidades o características” de los objetos, pueden y de hecho son transformadas como en el caso del hierro fundido. Por ello, es cierto que algunas verdades científicas pueden tener una validez temporal o anclada históricamente, pero otros modos de entender el mundo no tienen validez nunca.
De esta manera, planteamos que no podemos adorar a una ciencia neutra libre de intereses o poner a la ciencia como “una opinión entre otras”. Tampoco debemos caer en el extremo de pensar a la ciencia como el único método para transformar el mundo. En lugar de eso, nuestra tarea es presentarnos como críticos tanto de la ciencia capitalista y liberal, como de sus enemigos idealistas y posmodernos. Algo es claro: no podemos defender a la ciencia como es hoy en día. Desde el marxismo, reconocer la importancia de la ciencia para la revolución social implica entenderla pues, desde su práctica colectiva y con el pueblo. Para ello, presentamos al menos dos direcciones prácticas que plantea Richard Levins: hacer militancia en la ciencia y hacer ciencia en la militancia.
IV. Algunas tesis prácticas
a) Hacer militancia en la ciencia
En primera instancia reconocemos la relación de la ciencia con la producción y reproducción de capital y con la ideología patriarcal, clasista y liberal. Es urgente una transformación profunda en la conciencia individualista de los científicos y superar la aversión a la organización. Se deben fomentar organizaciones para convertirse en sujetos políticos activos a nivel institucional, extra institucional y de sistema a fin de generar las discusiones y debates desde la clase trabajadora. Ello con el fin no sólo de transformar las políticas científicas sino también sus propias condiciones laborales de precarización como trabajadores de la ciencia. La organización popular nos hace cuestionar de dónde vienen los financiamientos o hacia dónde van a parar los resultados de nuestro trabajo. Los principios políticos y éticos deben orientar la formación de los y las científicas y no permitir ni promover aquellas investigaciones cuyo fin sea el lucro, la explotación, el desprecio o la exterminación de los pueblos. En 1973, Murray Gell-Mann, renombrado físico que hizo parte del comité estadounidense de exterminio Jason[7], le fue impedido dar una serie de charlas en la UNAM. Los estudiantes organizados se aseguraron que esta “eminencia” científica nunca pisara la universidad.

La ciencia militante debe pensar en nuevos paradigmas y alternativas para plantear y atender los problemas más urgentes de la sociedad, cuya causa primordial apunta al capital. Además, debe reflexionar sobre los problemas que se plantean en la construcción de un mundo ambiental y socialmente justo, en donde los medios de producción y de reproducción sean propiedad y responsabilidad de todas y todos. Por ejemplo, debe luchar por programas de investigación para la salud pública universal y no para el desarrollo de fármacos privados. Utilizar todo el conocimiento tradicional y ecológico para construir manejos agrícolas que liberen al campesino de su condición económicamente miserable, al tiempo que conservan los suelos, la biodiversidad y alimentan a las poblaciones (Levins, R., 1986). Desarrollar nuevas fuentes energéticas que no apunten a comunidades eco-elitistas, sino a nuevas sociedades construidas a partir de lo que tenemos hoy en día. Todo esto requiere el desarrollo de un proyecto de país independiente, libre y soberano, con un pueblo que recupere el control de sus recursos naturales y la capacidad de decidir sobre sus destinos. Para muestra, un botón: Cuba se encuentra, entre otras cosas, a la vanguardia de la atención e investigación médica. En estos meses, han logrado controlar la epidemia de Covid-19 en su país y han enviado brigadas a todo el mundo para combatirlo.

Finalmente, se debe seguir peleando en contra del filtro de entrada a las universidades públicas o a favor de una ciencia no clasista ya que así se generan nuevos cuestionamientos y prácticas[8]. No obstante, las científicas deben organizarse también por la lucha de los y las trabajadoras fuera del campo científico ya que, si bien es esencial integrar a mujeres, indígenas, obreros, campesinos o personas históricamente negadas al campo de producción científica, reconocemos que esto no es suficiente. Sabemos que la ideología hegemónica es la ideología de las clases dominantes pero es reproducida por parte de los mismos dominados, ya sea que estén excluidos o incluidos en los campos de generación de conocimiento. La sociedad capitalista no genera colateralmente excluidos que deben ser incluidos, sino que tiene contradicciones estructurales de opresión (y por lo tanto de exclusión) que la hacen funcionar. Así pues, las transformaciones de las personas deben ir de la mano de la transformación de las condiciones estructurales y esto sólo puede alcanzarse a través de la práctica revolucionaria (Marx, C., 1845).
b) Hacer ciencia en la militancia
Como militantes debemos recuperar y apropiarnos de los resultados de la ciencia. Es decir, tenemos que desarrollar un pensamiento científico para la revolución. Dentro de nuestra práctica política, pensamos, criticamos y hacemos ciencia no para alcanzar la verdad como fin metafísico, sino para ser mejores en nuestra labor de transformar la realidad[9]. La práctica científica ha demostrado la terrenalidad de sus avances y de sus métodos.
El pensamiento científico para la revolución debe retomar algunos métodos propios de la ciencia como la clasificación y la medición. Clasificar el mundo y medirlo permite tumbar falsos argumentos y mitos que construye el capitalismo como por ejemplo el de la super productividad agrícola alcanzada con los paquetes agroindustriales, productividad que no considera la eficiencia total de los sistemas.[10] Además, la generación de hipótesis, leyes y de nuevas ideas, propias de la ciencia, son herramientas para el pensamiento y permiten plantear alternativas para la construcción de nuevas sociedades. Por otro lado, ser científico en la militancia implica desmentir todas las falsas interpretaciones que se han dado de los resultados de la investigación por parte de la ideología dominante capitalista. Por ejemplo, ante la eminente crisis climática, implica atacar frontalmente el negacionismo de unos, como el mismo presidente de los EEUU (Klein, N., 2015) o el ecofascismo de otros que ven a toda la humanidad como un virus.[11]

Otro reto mayor es armar con las herramientas de la ciencia la conciencia popular. En ese sentido, será el pueblo organizado y consciente el que podrá transformar la realidad en la superación positiva del capitalismo. Para poder ser una herramienta propia de la militancia, debemos promover programas de difusión y divulgación de la cultura que descentralicen y lleven los resultados científicos a la sociedad de forma efectiva. Como afirman los zapatistas, la ciencia tiene que salir de los centros de conocimiento. Por ejemplo, en la Unión Soviética, la divulgación de la ciencia fue un pilar esencial: la editorial soviética Mir publicó millones de obras científicas inéditas en varios idiomas.[12]
Finalmente, el pensamiento científico para la revolución tiene que ser dialéctico e interactuar con otros conocimientos. Al ser dialéctico debe estudiar el objeto de estudio desde una perspectiva de totalidad, estudiar sus partes, sus contradicciones internas, su historicidad, las interdeterminaciones y las relaciones que guarda con otros objetos (Levins, R.,1998). A su vez, la ciencia para la militancia debe reconocer sus limitantes sociales e históricas para poder interactuar con otras formas de conocimiento que no se han considerado “científicas”, pero que en muchos casos tienen una gran capacidad de incidir sobre la materia, como el conocimiento campesino, artístico u obrero.

Las ciencias son entonces herramientas en disputa. Para lograr asir estos conocimientos sólo nos toca usarlos y re-hacerlos de manera colectiva y política, haciendo una ciencia contrahegemónica. Hoy más que nunca es urgente aportar a desarrollar el saber científico popular y mostrar la posibilidad de construir un mundo más justo y más racional. Esto es, usar la verdad como arma de la revolución. Ya lo decía el comandante Fidel: la verdad es revolucionaria. La ciencia militante es nuestro mejor instrumento para construir el mundo nuevo y hacerlo realidad.
Referencias:

[1] De hecho, esta enajenación individualista es más acentuada conforme se desarrollan las relaciones sociales. En otras palabras, el ser humano no es “solamente un animal social, sino un animal que sólo puede individualizarse en sociedad”. El científico sólo puede entonces individualizar su práctica por la sociedad en la que vive. Marx, K. (1992).↩
[2] En este magnífico recuento, Bernal hace una caracterización detallada de la relación entre la sociedad y la ciencia a lo largo de la historia, desde una perspectiva marxista. ↩
[3] Lo que se conoce como la pérdida del vigor híbrido.↩
[4] Para una explicación detallada de la influencia de la química ver: Asimov, I., Cruz, A., & Villena, M. I. (1975). ↩
[5] Para tener un recuento general del proceso de mercantilización de la ciencia, revisar The commoditization of science en Lewontin & Levins, R., (1987).↩
[6] “Dado que la vida humana se basa en un metabolismo con la naturaleza, es evidente que ciertas verdades que adquirimos en el proceso de llevar a cabo este metabolismo tienen una validez general, por ejemplo, las verdades de las matemáticas, la geometría, la física, etc.” Georg Lukács (1974).↩
[7] La división Jason fue una comisión de científicos que, en resumidas palabras, buscaba eficientizar el sufrimiento del pueblo vietnamita a través del desarrollo de armas bélicas. Para conocer más del caso, ver: https://www.fisica.unam.mx/es/noticias.php?id=2021.↩
[8] Es decir, en donde la práctica científica no sea privilegio de una clase. ↩
[9] “Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento”. (Marx, C., 1845)↩
[10] Con los paquetes agroindustriales se alcanzaron cosechas de 15 toneladas por hectárea (t/ha) de maíz en el campo mexicano cuando la media nacional era menor a 3 t/ha. Sin embargo, sabemos que la energía no se produce de la nada: cada unidad de energía producida como comida en estos sistemas necesita una cantidad 10 veces mayor de insumos energéticos bajo forma de fertilizantes o pesticidas y desgasta el suelo. Pimentel, D & Giampietro, M. (1994). ↩
[11] Basándose en los trabajos de Malthus, los ecofascistas plantean que la única solución para restablecer el equilibrio ecológico es exterminar a una porción considerable de la humanidad. No sólo la afirmación es nefasta pero además es falsa. Si ordenamos a las personas acorde a su consumo, vemos que el 10% de la población más rica produce el 50% de las emisiones de carbono totales del mundo (datos de Oxfam). El verdadero culpable es el modo de producción.↩
[12] Una de estas obras recoge el trabajo de Yacov Perelman, divulgador científico, reconocido como “Comisionado Escolar de la Unión” quién recorrió miles de kilómetros del territorio de la URSS para elaborar nuevos planes de estudios de ciencia, mientras que enseñaba las materias en diversas instituciones educativas. ↩