Número 26, Año 5, junio – julio, 2018
El pasado 14 de abril el imperialismo volvió a dar una muestra clara de que está más vivo que nunca, dispuesto a cobrarse con la vida de cualquiera que se interponga a sus proyectos de colonización. Ese día EEUU, en coalición con Francia y el Reino Unido, bombardeó los alrededores de la capital de Siria, Damasco, en represalia por el supuesto ataque con armas químicas del gobierno de Bashar Al Assad contra la población civil de Duma, una ciudad cercana a la capital. No es la primera vez que EEUU ejecuta un ataque de este tipo con el mismo pretexto; en abril del año pasado, los norteamericanos bombardearon la ciudad de Homs por la misma razón.
Sin embargo, en ninguno de los dos casos se encontraron pruebas suficientes del supuesto uso de armas químicas. La propia Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) descartó la presencia de armamento de ese tipo, después de investigar las instalaciones que fueron bombardeadas en Damasco. Por otro lado, un mes antes del ataque, Rusia -otra potencia con intereses en el país árabe- había denunciado la posibilidad de que militares estadounidenses estuvieran entrenando grupos armados contrarios al gobierno de Al Assad para que lanzaran ataques químicos y así justificar futuras intervenciones.
Entre acusaciones y amenazas de ambas potencias y sus respectivos aliados, lo cierto es que la sombra de la intervención militar y el colonialismo acecha permanentemente la región. Ya desde su nacimiento, los países de esa región del planeta sufrieron el embate imperialista de Europa, quienes los colonizaron y dividieron según sus intereses, además de que avalaron la creación del Estado sionista de Israel y su posterior expansión ilegal, ilegítima e inhumana, a costa del pueblo palestino. Posteriormente, EEUU se posicionó como la potencia predominante y aumentó su presencia militar en la región del Golfo Pérsico con numerosas bases militares, para así asegurarse la explotación sin riesgos de los abundantes recursos de hidrocarburos de esos países o su comercio preferencial. Cabe mencionar que varios de estos países se encuentran dentro de los primeros a nivel mundial en cuanto a reservas de petróleo y de gas natural se refiere. Pero, ¿por qué resulta particularmente importante Siria?
A pesar de que Siria no es de los principales productores de petróleo o de gas natural a nivel mundial, es clave en el transporte por la vía más directa de estos hidrocarburos producidos en el Golfo Pérsico hacia Europa y el Atlántico; asegurarse esta vía abarataría los costos de traslado. Por otro lado, este país es geoestratégico tanto para los rusos (pues representa una salida segura al Mediterráneo donde, por cierto, tienen bases navales, además de ser una oportunidad para posicionarse internacionalmente como un actor clave en la geopolítica mundial) como para los EEUU, en sus aspiraciones energéticas y para mantener una línea de contención contra su nuevo enemigo: Irán. No es de extrañar que los principales aliados de estas dos potencias en la región se encuentren muy activos en el conflicto, impulsados por las potencias. Además, Siria mantiene fronteras con Irak, Turquía, Jordania, Israel y Líbano, países donde no es menor el interés del imperialismo o donde actúa directamente, de tal manera que lo que ocurra en este país puede repercutir en la estabilidad de la zona. Por todo esto, garantizar el control de esa región y de este país en particular se vuelve fundamental para sus intereses.
Aunque lograr ese objetivo no ha sido fácil para el imperialismo occidental, que ha encontrado la resistencia del Estado sirio y sus aliados económicos y militares. Antes del estallido de los conflictos internos en 2011, Siria era un país en crecimiento económico con muchas perspectivas de desarrollo de su industria energética; en ese año se planeaba la construcción de importantes plantas de procesamiento de gas y, más incómodo aún para el gobierno de Washington, se firmó un acuerdo con Irak e Irán para la construcción de un gasoducto que atravesaría estos países y llegaría a Europa. Posteriormente se planteó un proyecto para la construcción de una importante red de gasoductos para conectar los mares circundantes: el Caspio, el Mediterráneo, el mar Negro y el golfo Pérsico. Además, en 2013 se anunció un acuerdo entre Rusia y Siria para desarrollar nuevos yacimientos de petróleo. En estos dos proyectos se contemplaba la participación de empresas rusas, dejando a las multinacionales de EEUU y Europa fuera.
De esta manera, el imperialismo escaló de las amenazas a la agresión bajo la máscara civilizatoria de siempre, que cada vez es más difícil que esconda el salvajismo con que operan estos países en la búsqueda de ganancias, recursos y expandir su dominio. Bajo el discurso de la liberación del pueblo sirio de un régimen autoritario –mientras que en Palestina se incentiva el genocidio que comete el Estado israelí, por ejemplo-, los EEUU han entrenado y financiado grupos contrarios al gobierno de Damasco, entre ellos algunos extremistas, con la finalidad de desestabilizar a uno de los pocos gobiernos laicos en la región y que ha mostrado resistencia al colonialismo occidental con un gran apoyo popular. En los siete años que van de conflicto, las víctimas suman alrededor de medio millón de muertos, dos millones de heridos y otros doce millones de desplazados, mientras la guerra de amenazas y tensión entre Moscú y Washington ha ido creciendo, dejando claro que donde quiera que se presente y a costa de quien sea, las potencias imperialistas siempre intentarán dejar bien clara su área de dominio y posicionar a sus empresas de todo tipo en sus periferias.
En Siria como en Palestina, Irak, Afganistán y un largo etcétera, las víctimas de la cara más brutal de la ambición imperialista las ponen los pueblos de estas naciones. Las tensiones y desacuerdos de quienes se pelean el control global de los recursos se expresan no en sus propios territorios, sino que utilizan a los países periféricos como escenario para ensayar y mostrar su poderío. Prueban en estos países el armamento que posteriormente venderán a los mismos, y que será utilizado contra su propia población, ya sea en conflictos abiertos o dividiendo a sus poblaciones y confrontándolas.
A pesar de este panorama, son los mismos pueblos sirio, palestino, iraquí, afgano, etc., quienes muestran con su lucha anticolonial la dignidad que perdura en todas las regiones del planeta. Es su resistencia la que nos hace pensar que es posible hacer frente al capitalismo salvaje con la organización de los mismos pueblos y con la unión y solidaridad de todos los que luchamos desde abajo y a la izquierda. Es el mismo capitalismo el que azota a las poblaciones de América Latina, Asia, África, y todos los continentes. Por eso la liberación nacional y la lucha anticapitalista en los pueblos de cualquier parte del mundo debe ser la lucha nuestra.