En medio de una avalancha de agresiones, nos detenemos a dar las gracias a las y los trabajadores de la salud y a señalar la labor fundamental que realizan. Porque no es únicamente hoy, con el país y el mundo entero sacudidos por una pandemia, que se mantienen combatiendo “en la línea del frente”, sino que, desde hace décadas, enfermeros, médicas, residentes, internas, técnicos, administrativos y demás personal médico ha continuado trabajando en condiciones precarias, sosteniendo un sistema de salud al borde del colapso.
En días recientes nos hemos enterado con sorpresa e indignación de las agresiones que sufren los trabajadores de la salud de parte de pacientes, transeúntes, vecinos e incluso de familiares. Por regresar a casa después de una larga jornada de trabajo, se les mira con recelo, con temor infundado, se les trata con desprecio y hasta con superioridad: “por mí tragas”, espetan algunos. En buena medida, estas agresiones provienen de la ignorancia, de carencias educativas que impiden comprender sobre problemas sanitarios, menos aún sobre problemas laborales derivados. Y las agresiones responden también a la realidad de un país sumido en la miseria y la violencia más sanguinaria.
Pero por despreciables que sean estas acciones, la principal violencia proviene, como siempre, del Estado. De un modelo económico y de gobierno que se ha encargado de convertir en negocio todos los servicios básicos: de convertir los centros de salud en instituciones sin recursos, sin personal suficiente, sin formas de organización eficientes. El sistema de salud lleva décadas mermado por recortes presupuestales, por la intromisión de empresas privadas que no tienen reservas en cobrar, aprovechar recursos, modificar esquemas, sean cuales sean las consecuencias para el sector público.
Hoy vemos con preocupación que las trabajadoras de la salud operan sin equipo médico: deben comprar insumos y material, cubrebocas, uniformes quirúrgicos y hasta medicamentos. En algunas ciudades se les “sugiere” incluso que sedan parte de su salario para paliar la falta de recursos. Pero esto no es nuevo, es desde hace mucho la realidad cotidiana del sector. Por ello resulta tan indignante conocer que la mayoría del personal médico en México no tiene contratos, recibe salarios incompletos o carece de prestaciones. A eso hay que sumar que muchos de ellos son sometidos a jornadas de trabajo extenuantes y que contravienen la duración de la jornada laboral convenida en el artículo 123 constitucional. Este es el contexto en el que comprensible, pero desafortunadamente, se han contagiado de coronavirus cientos de trabajadores y hay ya pérdidas mortales.
Así que ya tenemos ubicado al enemigo: un esquema gerencial y de negocios montado sobre nuestro sistema de salud y seguridad social que, con el fin de beneficiar la oferta privada, se ha encargado de restringir el acceso a la salud para los trabajadores mexicanos. En pocas palabras: el neoliberalismo. Haciendo eco de ese balance, el 17 de marzo de 2019, el nuevo gobierno federal no perdió tiempo en decretar el fin del neoliberalismo… pero la realidad no se transforma con palabras y mucho menos sin recursos, sin cambios orgánicos, sin mejores condiciones para los trabajadores de la salud, para los pacientes y beneficiarios. Por eso nuestros hospitales siguen en las mismas, y muchos de ellos están incluso en perores condiciones.
Seguimos arrastrando un sistema reducido, desmantelado y al borde del colapso, sin que se contemple hoy, como medida para navegar la pandemia, la reestructuración del sistema de seguridad social y el desmantelamiento del jugoso mercado que se creó a costa de nuestra salud. No existe el horizonte de nacionalizar las decenas de negocios millonarios que brotaron de lo que antaño fuera un sólido sistema de salud, sólo se les pide un mínimo gesto de sensatez: que presten 3 mil camas para enfrentar la crisis desbordada de pacientes.
Si, como se prevé, esperamos en los meses y años siguientes la persistencia del problema desatado por la pandemia actual —que el padecimiento de SARS-CoV-2 se mantenga entre nosotros— necesitamos adelantarnos a esta situación y dar estabilidad laboral al personal médico (abrir plazas, asignar contratos, salarios dignos, prestaciones, material de trabajo), obtener por adelantado la infraestructura, maquinaria e insumos necesarios para el trabajo hospitalario, no sólo para aquel relacionado con esta variedad de coronavirus, sino para facilitar el trabajo cotidiano de médicos generales, internistas, ginecólogos, pediatras, cardiólogos y demás especialistas, así como de los trabajadores administrativos y personal no médico que sostienen a las instituciones.
Antes de concluir, creemos necesario reconocer también el trabajo de las y los internos en hospitales —estudiantes, médicos en ciernes— que o bien fueron forzados a retirarse de su labor o bien fueron dejados a su suerte para combatir la pandemia sin insumos médicos. Ellos, junto con los residentes, a pesar de no ser reconocidos como trabajadores, son el motor de muchos hospitales y clínicas. Y hay que decir lo propio de los trabajadores de la salud que se han visto orillados a trabajar en consultorios de farmacéuticas y otros espacios recónditos del sector privado, igualmente precarizados y desprovistos de medidas de prevención, que hoy deberán desde sus aisladas trincheras poner su parte en el combate a la pandemia.
Creemos entonces que es buen momento que todos nosotros, el resto de los trabajadores mexicanos, reconozcamos la labor cotidiana de los trabajadores de la salud, volteemos a ver y escuchemos sus expresiones de protesta, la realidad que revelan y las alternativas que alumbran. Sobre todo, que junto con ellos y en nuestra condición común de trabajadores, nos organicemos para reconstruir nuestro sistema de salud (para todos necesario) y, mejor, para construirlo de nuevo y en mejores condiciones.
¡Solidaridad con las y los trabajadores de la salud!
¡Alto a la precarización del trabajo médico!
¡Alto a la destrucción y privatización del sistema de salud!
Abril de 2020, Tejiendo Organización Revolucionaria-TOR