Notas sobre la situación política actual

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A unos meses de la cita electoral compartimos algunas reflexiones que elaboramos a finales de 2022 y que consideramos, en lo general,  vigentes. Miramos la relación de dominio que los grandes patrones ejercen sobre las mayorías, hablamos un poco sobre México y el mundo,  de elecciones,  democracia e izquierdas, de la llamada polarización política. Buscamos provocar al pensamiento, plantear algunas preguntas e  inquietudes que nos sirvan para organizarnos y luchar más allá de las elecciones.

Notas sobre la situación política actual I. Octubre 2022

En este entorno post pandémico de crisis el descontento crece, los conflictos entre explotados y explotadores se multiplican y tienden a ser cada vez más vastos, intransigentes y violentos. Los estallidos sociales se han incubado por largo tiempo. Los detonantes son muy diversos: el asesinato de una mujer en los cuarteles de la policía de la moral, una política que agrava la situación económica de un sector popular, la elección de un presidente, por sólo mencionar algunos ejemplos. La agudización de la lucha de clases es tan evidente, tan notoria, tan potencialmente explosiva, que hasta el Secretario General de la ONU sostiene que un “invierno de protestas” está en el horizonte.

Por instinto, amplios sectores sociales vuelven a considerar que la política es un asunto importante. En todas partes uno encuentra personas que dicen que, aun en las condiciones actuales, la política sigue siendo una herramienta útil, indispensable, para resolver de algún modo los conflictos. Y al mismo tiempo la experiencia reciente nos muestra que, si la política falla, queda la guerra, y si ésta también falla, los hombres de Estado de las potencias nucleares siempre pueden optar por una medida de disuasión definitiva, aun si ello implica la destrucción del planeta. Esta clase de certeza era algo común durante la segunda mitad del siglo XX. Tras el colapso de la Unión Soviética, pasó algunas décadas en el cajón de las posibilidades remotas y ahora ocupa un lugar de primera línea en los canales de “información” formales e informales. Sólo que no está en juego el porvenir trágico de un proyecto civilizatorio, sino el colapso fársico de la “civilización” capitalista.

También las respuestas se multiplican a lo largo de todo el espectro ideológico, a través de expresiones políticas más o menos organizadas, más o menos pequeñas o grandes, más o menos racionales, con más o menos coherencia entre lo que dicen y hacen, etcétera. Sobre la mesa encontramos un extenso catálogo de propuestas para enfrentar el momento actual y toda clase de alternativas para “salir” del capitalismo. Sin embargo, prácticamente todas son marginales, están desarticuladas, carecen de capacidad de movilización y no representan un riesgo real para el capital, es decir, para el dominio de la clase de los capitalistas. Esto no quiere decir que no puedan desarrollarse y, en un momento determinado, encontrar eco en la movilización espontánea de las masas. Algunas eluden el problema del poder político, del Estado, de la Nación, consideran que todo eso es parte del problema, que una alternativa, para serlo, sólo se puede construir en franca oposición a esas coordenadas y “formas tradicionales” de pensar y actuar en política. Otras se atrincheran en ellas, y unas cuantas más, un puñado, suponen la necesidad de problematizar y conceptualizar esas nociones de una manera distinta. En todo caso, queda la pregunta. ¿Cómo definir el horizonte de lucha a partir de una cartografía política con esas características?

Notas sobre la situación política actual II. Noviembre 2022

Los sistemas electorales de partidos, en general, gozan de buena salud. Las mayorías populares siguen acudiendo en masa a las urnas para elegir a políticos que no representan sus intereses, pero que se han convertido en verdaderos maestros en el arte de utilizar cualquier recurso (material o retórico) para cumplir con el rito de la “democracia” y cubrir sus acciones legislativas y de gobierno con una pátina de legitimidad.

En los últimos quince años, sin embargo, la “polarización política” se ha convertido en un rasgo cada vez más frecuente en las elecciones. El “pluralismo”, del que tanto se jactaban los apologistas de la democracia electoral al comienzo del presente siglo, está cediendo terreno ante la conformación de dos grandes bloques ideológicos formados por coaliciones de partidos pluriclasistas que parecen estar enfrentados a muerte. Habría que cuestionar si esto es así, si la “polarización política” que tiene lugar en el marco de la democracia formal es tal y, en todo caso, cuál es su contenido y a qué procesos responde.

A partir de la observación de algunos procesos electorales recientes (Colombia, Italia, Brasil, Estados Unidos, por sólo mencionar algunos ejemplos),  se puede decir que la “polarización política” en los países con sistemas “democráticos” actualmente consiste, a muy grandes rasgos, en la escenificación mediática de un guión más o menos definido en el que dos “enemigos” políticos y la gente que los apoya se enfrentan en una batalla “decisiva”. El guión está formado por múltiples dispositivos jurídicos, publicitarios y económicos, de los cuales los enemigos pueden echar mano en distintos momentos, según sea el caso, para generar tensión, expectativa, calma o distracción. De lo que se trata es de convencer a todo mundo de la importancia del “momento histórico”, exaltar la coyuntura en la vida política del país, llenar el ritual mismo de significado, porque lo más importante no es quién gane, sino garantizar la integridad del Estado.

El mecanismo de moda para movilizar la mayor cantidad posible de votos a favor de un candidato es, por un lado, la construcción de la imagen de un enemigo temible, gigantesco y despiadado que, de ganar, pondría en riesgo los “logros” y el “futuro”, la supervivencia misma de los simpatizantes del bando contrario, y, por otro lado, la formulación en público de la mayor cantidad posible de falsas promesas, mentiras y medias verdades.

Entre ambos procesos comienzan a surgir los “matices” que tanto gustan a los analistas de arriba, las diferencias formales entre un “proyecto” y otro, la separación de programas, la “confrontación” entre “ideologías”.

El mecanismo escénico funciona. En el desarrollo de las campañas electorales, lo único en lo que parecen estar de acuerdo los competidores es en la necesidad de convencer a la gente de que vote y conjure, de ese modo, el riesgo que significa el posible triunfo del rival. La “polarización política”, amplificada a través de los medios de comunicación y las redes sociales, no carece de dramatismo; abundan las acusaciones y los insultos, las apelaciones sentimentales, los debates, las volteretas en las encuestas y las dudas sobre la integridad de las instituciones encargadas de organizar las elecciones, contar los votos y levantar la mano del ganador; a medida que se acerca el momento de la elección, no faltan los llamados a respetar la legalidad, a aceptar la derrota propia, a reconocer el triunfo del adversario. Y en medio de todo eso, surge la pregunta: ¿el enemigo derrotado estará dispuesto a salir a la calle para obtener lo que no pudo conseguir en las boletas y las actas electorales? La experiencia indica que sí, bajo ciertas circunstancias.

¿Queremos decir con todo esto que las elecciones, en general, carecen de contenido político, que no hay conflicto, que no expresan contradicciones reales? De ninguna manera.

Notas sobre la situación política actual III. Noviembre 2022

¿La “polarización política” actual expresa el agotamiento o la descomposición de la democracia y los sistemas electorales? ¿Los pone en riesgo? A pesar de la tensión social que produce y de la que se alimenta, a pesar también de las constantes amenazas mediáticas de desbordamiento, la “polarización política” actual es una forma, la más visible, en que las expresiones organizadas de los grandes agrupamientos sociales y sus múltiples sectores establecen espacios de negociación y acuerdo, construyen y rompen alianzas, forman gobiernos, buscan alguna ventaja sobre sus adversarios, obtienen cargos públicos, hacen negocios, definen objetivos en función de sus intereses materiales y políticos, impulsan u obstruyen reformas y leyes, etc.

La democracia electoral sigue canalizando el desarrollo de la lucha de clases dentro de límites institucionales y legales reconocidos por todos los sujetos que actualmente participan en la lógica estatal —dominio y dirección de clase— del poder político, incluidos aquellos que, por razones tácticas, coyunturales, en la contienda electoral por dicho poder, han decidido mostrar su rostro más intransigente.

Sin embargo, cada vez es más común que uno de los bandos no sólo cuestione o amague con romper los límites reconocidos, sino que eventualmente —como decíamos en la entrega anterior, “bajo ciertas circunstancias”— opte por emplear medidas de fuerza, en distintos momentos y grados, pulsando la capacidad y la determinación de los sujetos políticos a los que representan, la amplitud y solidez de sus alianzas, así como las estructuras, la organización y las respuestas de su adversario. Todo ello, desde luego, en nombre de la libertad y la propia democracia. Al mismo tiempo, también es cada vez más frecuente que el bando contrario, aquel que apela por principio al más estricto apego a la legalidad, el orden y el respeto a las instituciones —ya sea oposición o gobierno— exija silencio, obediencia y resignación para no “hacerle el juego” a sus enemigos, igual que los otros, en nombre de la libertad y la democracia.

Esta contradicción de la “polarización política” en entornos democráticos, ¿es una de sus características estructurales o sólo constituye un momento político? Si se opta por la primera opción, el aumento en la intensidad y la frecuencia en el uso de medidas de fuerza conduce, más tarde o temprano, a un escenario de confrontación física y definitiva por el poder; si se opta por la segunda, la “polarización política” actual define paulatinamente las líneas de un nuevo consenso democrático con base en la coerción.

En cualquiera de los dos casos, resulta imposible resolver la contradicción a partir de la dinámica de los sistemas electorales actuales. Dicho de otro modo: la democracia electoral como espacio de lucha por el poder político ha producido contradicciones que ponen en duda la necesidad misma de la democracia y, al mismo tiempo, tienden a despojar a los sistemas electorales de su posible contenido democrático.

Notas sobre la situación política actual IV. Noviembre 2022

Uno de los ejes de la democracia es la diversidad de propuestas, programas, proyectos políticos y candidatos entre los cuales la ciudadanía elige y emite su voto. Al menos eso es lo que sostiene la narrativa oficial. Como señalamos antes ese supuesto pluralismo democrático tiende, en los últimos años, a reducirse y dar paso a la formación de dos grandes bloques de partidos que en apariencia están enfrentados a muerte. También decíamos en esa entrega que ambos bloques trataban de obtener votos construyendo la imagen de un adversario temible y gigantesco, y presentando cada contienda electoral como una batalla decisiva.

En la construcción de esa imagen del adversario, cada vez es más común que uno de los bloques se refiera al otro como “fascista” o “de extrema derecha” y éste, a su vez, le cuelgue al bloque contrario la etiqueta de “comunista” o “de extrema izquierda”. Lo cierto es que ninguno de los dos responde plenamente a esas caracterizaciones.

Destaquemos, en primer lugar, algunos rasgos generales que comparten ambos bloques. El más relevante es, sin lugar a dudas, que sus programas mantienen la propiedad de los medios de producción y la economía de libre mercado como pilares intocables del desarrollo. Ambos destinan una cantidad importante de recursos a la construcción de infraestructura para favorecer la producción y la circulación de mercancías y ambos, también, buscan ofrecer la mayor cantidad posible de facilidades y garantías para que el capital invierta y “genere empleo”. En resumen, los dos bloques parten de la premisa de mantener relaciones de producción de tipo capitalista, de modo que, de un lado, siga existiendo una inmensa mayoría de trabajadores asalariados encargados de producir riqueza, y del otro, una minoría que explota el trabajo ajeno y se apropia de esa riqueza.

En este sentido, los dos bloques mantienen el dominio de la burguesía, en general, y de la fracción hegemónica de la burguesía —aquellos capitales que conforman el eje de acumulación y definen el patrón de reproducción del capital en su conjunto— en particular, a través del monopolio en el uso de la violencia, del gobierno, de las instituciones, del parlamento, etc. En la entrega anterior sosteníamos que las elecciones constituyen un espacio de negociación sobre distintos aspectos particulares en cada una de estas áreas. Bajo esa perspectiva, lo que queda en pie, lo que no está en disputa, más allá del grado de confrontación entre “izquierda” y “derecha”, es la estructura, el funcionamiento y el carácter de clase del Estado.

Aunado a ello, hay que insistir en la composición pluriclasista de los bloques que luchan por el poder. Tanto en los partidos electorales de “izquierda “ como en los de “derecha”, encontramos organizaciones y representantes de distintos sectores populares, burgueses y pequeñoburgueses. Cambia, desde luego, el tamaño de la representación y la influencia que dichos sectores puedan ejercer dentro del bloque al que pertenecen, y por lo tanto, cambia también su capacidad para definir la agenda y la orientación política de los mismos en función de sus respectivas correlaciones de fuerza internas.

Es ahí donde los proyectos, los programas, las plataformas, las propuestas, se diferencian con mayor claridad, y donde las actuales definiciones ideológicas de “izquierda” y “derecha” que actúan en la lógica electoral encuentran sus límites.

Notas sobre la situación de la izquierda actual I. Diciembre 2022

La “izquierda” que participa en el ámbito electoral, en términos generales, no busca poner en tela de juicio el patrón de reproducción del capital ni el carácter de clase del Estado que garantiza dicho patrón de reproducción, sino que pretende mitigar las consecuencias materiales que surgen de este último a través de la gestión estatal de la desigualdad. Para esto, la “izquierda” propone —si no es gobierno— y recurre —si lo es— a la intervención del Estado anclada en el paradigma del “desarrollo” en los dos extremos del ciclo de acumulación del capital.

En el extremo donde el dinero compra fuerza de trabajo y medios de producción, pero también en el de la circulación de las mercancías, el planteamiento consiste en que el Estado debe generar condiciones favorables para la inversión —desde una perspectiva de “izquierda”, claro está—, controlando recursos claves, construyendo infraestructura e impulsando la formación de “polos de desarrollo”. Bajo esta lógica, nos dicen —y en este punto la separación frente a la “derecha” tiende a ser cada vez más gris— se instalarán empresas que a su vez “crearán” más empleos que traerán consigo mayor acceso a bienes y servicios, dando pie a una especie de círculo virtuoso de prosperidad con base en el capital. La pregunta que uno hace cuando observa planes con estas características es, ¿dónde estarán localizados esos “polos de desarrollo”, es decir, quiénes viven ahí y cómo lo hacen? Y luego, ¿qué consecuencias van a tener esos “polos de desarrollo” para el entorno y las personas que viven ahí y quiénes serán los beneficiarios? Como el objetivo del capital es obtener más ganancias, éste suele buscar sitios con amplia disponibilidad de recursos materiales y humanos a muy bajo costo para asentarse, es decir, para invertir. Y curiosamente, esos sitios casi siempre están poblados por comunidades indígenas y campesinas, o bien, por masas de explotados que viven en condiciones precarias en los márgenes de las ciudades.

En el extremo donde la mercancía se tiene que convertir nuevamente en dinero para que éste se reintegre al ciclo del capital, la “izquierda” pone énfasis en los subsidios directos e indirectos al consumo. Aquí los mecanismos suelen ser muy diversos. Por ejemplo, se entregan recursos a ciertos sectores que han sido excluidos de la fuerza de trabajo por el funcionamiento mismo del patrón de reproducción, o que por sus propias condiciones no pueden participar dentro del mercado laboral; se destina parte de los recursos públicos a mantener en funcionamiento ciertos servicios (transporte, salud, educación, etc.) o mercancías (combustibles) sin aumentar sus precios; se implementan programas de financiamiento compartido para acceder a ciertos bienes que sería imposible adquirir únicamente con el ingreso salarial, o bien para acceder a bienes de consumo a bajo costo, entre otros. Además de los subsidios, el Estado en ocasiones también interviene en la regulación de los precios de algunas mercancías. En este punto, habitualmente enfrenta la oposición de los grupos mercantiles y empresariales que consideran que sus intereses están siendo afectados, por lo que se vuelve necesario negociar la concesión de uno que otro privilegio o bien, si la oposición es muy fuerte, dar marcha atrás en la iniciativa.  

De un lado el capital encuentra todo tipo de oportunidades y condiciones favorables para circular y acumularse en cantidades cada vez más grandes, y del otro se busca garantizar cierto grado de subsistencia entre las grandes masas de excluidos y explotados. Todo ello dentro de una política macroeconómica “saludable”, es decir, tratando de mantener cierto equilibrio entre los ingresos y el gasto público, niveles de endeudamiento relativamente bajos y respetando la autonomía de los bancos centrales para que estos tomen las decisiones que consideren pertinentes en relación con la moneda, las tasas de interés, etc. El capital puede dormir tranquilo con esta “izquierda” porque sus intereses están asegurados a cambio de permitir que las clases explotadas obtengan un respiro. Sin embargo, cuando el capital tiene alguna pesadilla, históricamente ha demostrado que no está dispuesto a ceder ni siquiera eso.

Notas sobre la situación de la izquierda actual II. Diciembre 2022

Una propuesta central de la “izquierda” actual radica en corregir y afinar el ejercicio del gobierno, al menos discursivamente. Lo que hay de fondo en esta premisa es el traslado de nociones empresariales al ámbito gubernamental. No se trata de cambiar el gobierno en un sentido profundo —lo cual implicaría establecer otras prioridades y buscar otras formas para tomar decisiones—, sino de administrar de un modo distinto los recursos existentes, de modo que éstos se destinen a hacer lo mismo pero en mayor cantidad (eficiencia) y sirvan para alcanzar los objetivos deseados (eficacia). Bajo estos dos principios, los cuales pueden aparecer en forma de múltiples eufemismos, la “izquierda” considera que, con cambios en el marco normativo, algunos ajustes dentro del mismo aparato institucional y mediante el diseño e implementación de políticas públicas, es posible “combatir la pobreza” y “mejorar” el nivel de vida de “la gente” en general. El planteamiento, deseable desde la perspectiva del sentido común, encierra múltiples contradicciones e interrogantes sobre sus alcances si se mira con mayor detenimiento y a la luz de experiencias pasadas y recientes, de modo particular en Nuestra América.

Aunado a esto, a la corrupción se le opone una retórica de la justicia con base en el control de la administración pública con tintes moralizantes. La “transparencia” y la “rendición de cuentas”, hiladas a través de complejos entramados burocráticos y legales, constituyen la promesa de una transformación sustancial de cara a la ciudadanía si ésta cuenta con los recursos y la fuerza de voluntad suficiente para recorrer el camino de los trámites y las solicitudes. La información, presuponen algunos, sienta las condiciones de posibilidad para elaborar denuncias cuya efectividad está atravesada por el camino del derecho… en teoría, porque al final el arreglo se impone, dejando al descubierto el feo rostro de la impunidad. Todo esto en medio de nuevos escándalos y de crecientes decepciones, sin que los pequeños cambios en los procedimientos sean suficientes para acabar con la inercia de la política como negocio y espacio para firmar acuerdos con sujetos que en otro momento formaban parte de los adversarios.

Por otra parte, las redes clientelares se rearticulan a partir y alrededor de las “ayudas” del gobierno en un amplio ejercicio de mediación y contención del descontento social, proceso particularmente agudo en tiempos electorales. La perspectiva de un triunfo de la “izquierda” trae aparejada la promesa de más “ayudas” en forma de programas que se venden como solución a las demandas del pueblo. El resultado es la desorganización y la desmovilización de amplios sectores por la defensa de sus intereses, y su encuadramiento en la lógica de la conciliación de clases. Las “ayudas” rompen el sentido de identidad y de responsabilidad colectiva forjado en la lucha a cambio de la “dispersión de recursos” individuales. Aunado a ello, las “ayudas” minan la independencia política de los de abajo y difuminan el horizonte de una transformación social a gran escala, señalando los límites pragmáticos de lo posible, solventando necesidades inmediatas que son resultado del patrón de reproducción del capital y aplazando los cambios de fondo a un futuro indeterminado e incierto.

Sin embargo, bajo la superficie de la gestión gubernamental, la llamada “lucha contra la corrupción” y los programas sociales, la desigualdad y la explotación persisten y forman el caldo de cultivo para el crecimiento de expresiones políticas que prometen poner las cosas en orden.