Desde hace unos días, el gobierno de la Ciudad de México se ha “lucido” con una serie de eventos culturales que, pese a las críticas, han convocado a cientos de personas de todas las edades y de diversos sectores. Si bien la realización de dichos eventos ha servido a unos para reafirmar el compromiso de la 4T con cambio y la transformación social, a otros les ha dado materia prima para señalar los fatales errores que la actual administración ha tenido en el terreno de la cultura y de sus instituciones.
Esta lucha de opiniones ha tenido distintos momentos y diversos actores. Por un lado, se encuentran los funcionarios de las diferentes dependencias que conforman la Secretaria de Cultura a nivel federal y local, como ejemplos podemos mencionar a Alejandra Frausto Guerrero, actual secretaria de Cultura, y al escritor Paco Ignacio Taibo II, actual director del Fondo de Cultura Económica (FCE); por otro lado, se ubican los sujetos encargados de crear y promover la cultura, es decir, artistas, organizadores y promotores que desde sus diferentes áreas enriquecen nuestro panorama cultural ya sea a través del teatro, la danza, la literatura, la música, el cine, la pintura, la fotografía, etc.; y no menos importante estamos todos nosotros, “los receptores” de la oferta cultural así como del impacto de las diversas políticas culturales que se han echado a andar en el país.
Este esquema de actores, aunque es muy general, paradójicamente sirve para decir que la cultura no es un terreno ajeno a las disputas no sólo políticas sino sobre todo, de clase. En este sentido, es preciso decir que la cultura, antes de la 4T y durante esta, es uno más de los ámbitos de la vida donde se desarrollan las contradicciones de la lucha de clases, por ello, es imposible que sea neutral y que no se convierta en una especie de botín de guerra para aquellos que se encuentran en el poder, pero, ¿por qué sucede esto?.
Constantemente hemos escuchado que el arte y la cultura, no sólo en México, sino en el mundo, parecieran ser campos separados de la sociedad, donde lo que importa es la inspiración, la libertad de creación y la libertad en general, incluso pareciera que la creación artística y cultural no necesitasen dinero, de ahí derivan frases populares como “amor al arte”, frase utilizada cuando no recibes ningún tipo de pago por la realización de algo, ya sea cultural o no.
Sin embargo, la realidad es completamente opuesta, pues lo cierto es que los pintores, músicos, bailarines, coreógrafos, diseñadores de vestuario, gestores culturales, tramoyistas, compositores, actores, guionistas, etc., también son trabajadores, no obstante, a diferencia de los obreros de las fábricas o de los obreros de oficina, en la mayoría de los casos, no cuentan con las prestaciones laborales que como trabajadores, también les corresponderían: servicios de salud, vivienda, aguinaldo, vacaciones, vales de despensa, cajas de ahorro, etc., es decir, una serie de derechos por los que los trabajadores se han movilizado desde hace varios siglos.
Lo anterior aunque parece algo obvio no lo es tanto, esa es la razón por la cual hoy un tema obligado es la discusión sobre los derechos de los trabajadores del sector cultura; esta discusión pasa necesariamente por situar que un músico o un actor, también es un trabajador y el resultado de su trabajo es tan importante como el de un obrero, pues ambos contribuyen al desarrollo y mantenimiento del sistema de producción.
Un ejemplo de lo anterior son precisamente todos los eventos que el gobierno de la CDMX ha realizado en el último mes, por ejemplo, el festival “Radical Mestizo”, que a lo largo de tres días consecutivos no sólo reunión a miles de personas, sino que necesito de otros tantos miles para poder llevarse a cabo. Muy seguramente, los raperos Residente y Alemán recibieron un pago por presentarse en el zócalo capitalino, pero qué hay de todos aquellos que participaron en la organización y gestión del evento, particularmente con aquellos jóvenes que obligadamente formaron parte de la seguridad en una jordana laboral de 16 horas por la cual no recibieron ningún pago y mucho menos capacitación para enfrentar algún posible incidente.
Estos trabajadores, en su mayoría jóvenes, tampoco cuentan con seguridad social o laboral del mismo modo que muchos otros subcontratados en diversas instancias del sector cultura; en una situación semejante se encuentran cientos de artistas que por aquello del “amor al arte”, viven trabajando sin contar con los derechos laborales mínimos.
Situar lo anterior es de suma importancia, no sólo hoy, lo ha sido siempre, sin embargo, en un contexto donde el discurso es que la cultura es necesaria, que es posible y que la hacemos todos, es urgente señalar que detrás de esa idea hay una posición de clase, en la cual parece que cabemos todos pero no de la misma forma.
Lo que pasa hoy con la cultura en México si bien merece muchas críticas, es también un momento propicio para poner las cartas sobre la mesa, hoy más que en otros momentos, la cultura y el arte son ese campo de disputa que requiere sí de críticas pero también de propuestas que den la batalla desde abajo.
Desde siempre este terreno ha estado cooptado por una élite, hoy, en la 4T no es muy diferente, las banderas de lucha que antes se levantaban contra esa élite, no han perdido vigencia. La cultura sigue siendo un campo donde es necesario dar la batalla.